lunes, 21 de julio de 2008

Arder; Jesús Zarazua

Arder es quemarse en el coraje de la misma existencia, es asomarse a la ventana interior que yace en cada uno de nosotros a la espera de ver de nueva cuenta la esperanza. Arder es volver de pronto nuestro rostro al pasado y darnos cuenta que seguimos en el mismo lugar. Es cantar una vieja canción sin música, es pedir llegar a la realidad y encontrarnos tan sólo con los sueños.
Arder es llegar a la hora misma de la muerte, en palabras del poeta “a la hora más silenciosa” y de pronto asomarse a la ventana que evoca al pasado, al presente y por qué no, al futuro de cada uno de nosotros, es voltear a lo más oscuro -como lo menciona Ramón- “me unté las manos de penumbra y salí a buscar quién envolviera mi cuerpo”. Arder es entonces; escuchar a nuestros muertos, si, a aquellos que cantan, que gritan y de pronto nos hablan de las “ruinas de la vida”, ¿La vida tendrá ruinas? ¿Qué es una ruina de la vida? ¿A caso la ruina más grande es la muerte? ¿O la misma vida es la ruina? Todos tenemos una historia, algunos con sonrisas, otros con lágrimas y otros simplemente viven sin dejar sus huellas en los caminos, siguiendo las huellas de otros, caminan a ningún lugar, hasta donde llegue la vereda, ellos llegarán y entonces éste “que de noche remienda su vida con llanto” se dará cuenta que se encuentra en la noche más larga de los siglos, la noche del día final y querrá que el tiempo vuelva, que la cordura perdure, que el sol se ponga en el cenit y que el camino no lo encuentre descalzo, entre su locura y la locura del tiempo, desnudo, “dañado de falsa ilusión” mientras “la muerte vive olvidando” y él se da cuenta de ser un extraño más, sin tiempo para conocerse a si mismo.
A veces nos encontramos con palabras que hieren la conciencia, no estamos preparados para escuchar la verdad, podemos confundir lo bueno con lo malo, las tinieblas con la luz, a las blasfemias con los salmos y a los sueños con las pesadillas, sin embargo, al arder la conciencia de cada uno de nosotros dejaremos “que las palabras entierren sus letras” porque la palabra tendrá voz, tendrá vida y podrán así arder “las espinas de tus ojos, ésas que te impiden verme y agrandan la distancia del silencio”. Silencio: es ausencia de sonido, gramaticalmente es el antónimo de ruido. En la obra poética de Ramón encontramos al silencio como un sinónimo de muerte ¿Qué es la muerte? Antónimo de la vida, filosóficamente es una entropía; es decir, una desorganización, la religión (cualquiera que ésta sea) nos dirá que es el inicio de la siguiente etapa, y según la medicina es el cese de todas las funciones vitales. ¿Entonces el silente muere a su palabra?, ¿su voz es “una flor desconocida” o simplemente “un camino de árboles muertos”? Todos los caminos tienen polvo y dejan vestigio de eso en los zapatos, pero si caminamos descalzos, el polvo está en nuestra piel y seguimos siendo polvo y olvido.
Ramón Granados es un poeta cuya voz nos muestra la verdad (esa para la que no estamos preparados) sus versos son gotas de agua en el más extenso desierto cultural en que nos encontramos. Todos somos ilegales en este nudo de sentimientos y emociones ya que “el suelo que pisamos no es nuestro” tal vez pertenece al imperialismo o a la televisión pero “así nos gusta vivir” siendo el basurero de otros “así nos acostumbraron” a bajar la cabeza a la altura de los pies de otros, así “nos programaron” somos una máquina, un tornillo más del sistema, la tuerca zafada de algún loco poderoso y los “hijos de esta tierra ya no son nuestros” porque le han devorado el vientre y ahora sirven y defienden otra bandera, ya no se sientan a la mesa con nosotros y estas trece sillas y una mesa no son un comedor, sino la cena siniestra de la traición a “un país sin nombre” donde las mujeres rezan y piden paz y les dan balas y matan a sus hijos, las violan, las sobajan, las ultrajan y les arrebatan a sus hombres y los esclavizan y “se sientan a esperar su muerte” mientras el sol da una y otra vuelta, la luna hace lo mismo, la lluvia culmina su ciclo y llueve otra vez “sobre los árboles moribundos” que llenos de esperanza no se olvidan de Dios.
Hace poco que conozco a Ramón, sin embargo la amistad no necesita de días, requiere de detalles, de palabras de intercambio, de ideas y Ramón intercambia no sólo conmigo, sino con cada uno de los que puedan arder con este nuevo libro de poesía, intercambia emociones, sentimientos, imágenes metafóricas que nos provocan imaginar la realidad en un sueño distinto, en un país distinto, en un mundo de voces y de libertad, en un mundo de hombres con dirección en sus pies, haciendo su propia vereda, buscando su propio sol, inventando su propio Dios, cargando con sus muertos en la espalda y darles el sepulcro con guirnaldas, con cuetes, con flores, con velas, Ramón Granados comparte con todos nosotros la preocupación que siente al ver convertido “este pueblo en un callejón sin salida”, Granados Juárez nos comparte ese temor que provocan “los días hechos de polvo” y los fantasmas que barren la identidad mirando las barras y las estrellas de otro cielo mientras “le duele el estómago a esta tierra”.
Arder es luchar, buscar. Arder simplemente es revolución, es gritar, gritar hasta ensordecer a alguien, es gritar hasta que llueva y podamos ver como las fantasías están “goteando en las manos del tiempo”. Arder es dejar el pelo suelto y verlo volar, es quitarse los zapatos cansados del tiempo y dejarlos en el umbral del amanecer, es ver como “se mojan las sombras” como “sangran las flores” y ver que “todo es oscuro detrás de la luna”. Arder es vivir en la esperanza de que “venga tu amor y lo queme todo” y pretender dejar de ser “sonámbulos esqueletos rogando porque la noche se prolongue”. Arder simplemente es arder.
La poesía que nos presenta Ramón, joven poeta, pretende ya no ser la voz intermitente del silencio, es una búsqueda de identidad, es un rasgar los velos de los templos y encontrarnos crucificados en el madero de la injusticia, en la cruz del olvido que a la vez es muerte; pero también es un recorrer de la sangre desde el hígado hasta el corazón e hinchar las venas de amor y querer “a la sombra de tus ojos reposar”, Ramón Granados se abre el pecho para mostrarnos como late su corazón, como las punciones van irrigando célula por célula de cada rincón de piel, nos deja adentrarnos a esos pensamientos complejos que tal vez no lo dejan dormir o que simplemente restauran su vida al exudarlos y dejarlos en la intemperie a riesgo de oxidarse por las “palabras que no dices”.
“De que me sirve tu nombre cuando no estás a mi lado” se pregunta el poeta, de qué, no estás a mi lado, pero al fin y al cabo se contesta “fría me gustas más” ¿A quién le pregunta? ¿A qué se refiere? ¿A esta extensión de tierra que llamamos patria? O ¿A la mujer que está ausente de cuerpo y presente de recuerdo? “bien muerta es como te deseo” confirma nuestro joven autor que de pronto se encuentra “en sombríos anocheceres”, ¿recuerdo? ¿Nostalgia? Que lo hacen llegar “a ningún lado” como los que siguen las huellas de otros, pero el poeta está recreando el camino, está dándole cause a su propio río, consistencia a sus batallas, resistencia a la muerte y al silencio, pero sobre todo le está dando valor a su palabra y a su vida la está viendo arder.
Ya para terminar les diré que es un leño la vida y de el pensamiento de cada uno de nosotros depende el tamaño de la flama con que haremos arder ese leño. Felicidades amigo Ramón, te agradezco la confianza que depositaste en mi para este comentario, te agradezco tu poesía y sobre todo tu lucha, tu insistencia, tu tesón, la constancia y la sobrevivencia de tu palabra en este país que no lee, pero resistiremos hasta el punto final.
*Texto leído durante la presentación de “Arder” de Ramón Granados Juárez el 18 de julio de 2008 en Apaseo el Alto, Guanajuato.

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